viernes, 11 de febrero de 2011

LA LEYENDA DE LOS VOLCANES



LA LEYENDA DE POPOCATÉPETL E IZTACCIHUATL


En la cosmovisión de las viejas culturas indígenas del México prehispánico y sus descendientes, volcanes como el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Citlaltépetl, el Nevado de Toluca y la Malinche, además de otras grandes montañas y cerros menores, son seres vivos, con un pasado protagónico divino o heroico, que conservan poder y que ahora se siguen manifestando.
Nuestros volcanes tienen nombre, sexo, pasiones y un pasado histórico, desde su nacimiento mítico hasta peleas por amores, como lo hacen cotidianamente las personas, aunque han sido adorados como dioses.

Fueron los mexicas quienes les otorgaron los nombres con los que actualmente conocemos a la pareja legendaria de enormes volcanes que enmarcan el Valle de México y que se encuentran ubicados entre los estados de México, Puebla y Morelos.

Popocatépetl deriva su nombre en náhuatl del verbo popoa que significa “humo” y del sustantivo tepetl, “cerro”; es decir, el “Cerro que humea”, debido a que desde aquellos tiempos ya emanaba esa ligera fumarola que hasta hace un par de años veíamos con cierta tranquilidad, ya que últimamente ha aumentado la actividad del volcán.
Iztaccihuatl deriva de los vocablos indígenas iztac, “blanco” y cíhuatl “mujer”, que juntos quieren decir “Mujer blanca”, aunque ahora nosotros la conozcamos con el ya popular nombre de la “Mujer dormida”.

El nacimiento del Iztaccíhuatl y el Popocatépetl ha dado origen a numerosas leyendas, incluyendo la del idilio de los volcanes, que se remonta a la época prehispánica, pero se difundió principalmente durante la Colonia. Ha llegado hasta nuestros días con diferentes versiones, de las que contaremos la más conocida:

Hace tiempo, cuando los aztecas dominaban el Valle de México, los otros pueblos debían obedecerlos y rendirles tributo, pese a su descontento. Un día, cansado de la opresión, el cacique de Tlaxcala decidió pelear por la libertad de su pueblo y empezó una terrible guerra entre aztecas y tlaxcaltecas.
La bella princesa Iztaccíhuatl, hija del cacique de Tlaxcala, se había enamorado del joven 

Popocatépetl, uno de los principales guerreros de este pueblo. Ambos se profesaban un amor inmenso, por lo que antes de ir a la guerra, el joven pidió al padre de la princesa la mano de ella si regresaba victorioso. El cacique de Tlaxcala aceptó el trato, prometiendo recibirlo con el festín del triunfo y el lecho de su amor.

El valiente guerrero se preparó con hombres y armas, partiendo a la guerra después de escuchar la promesa de que la princesa lo esperaría para casarse con él a su regreso. Al poco tiempo, un rival de Popocatépetl inventó que éste había muerto en combate. Al enterarse, la princesa Iztaccíhuatl lloró amargamente la muerte de su amado y luego murió de tristeza.
Popocatépetl venció en todos los combates y regresó triunfante a su pueblo, pero al llegar, recibió la terrible noticia de que la hija del cacique había muerto. De nada le servían la riqueza y poderío ganados si no tenía su amor.

Desconsolado, tomó el cadáver de su princesa y lo cargó hasta depositarlo recostado en su cima, que tomó la forma de una mujer dormida. El joven le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló en otra montaña frente a su amada, velando su sueño eterno. La nieve cubrió sus cuerpos y los dos se convirtieron, lenta e irremediablemente, en volcanes.
Desde entonces permanecen juntos y silenciosos Iztaccíhuatl y Popocatépetl, quien a veces se acuerda del amor y de su amada; entonces su corazón, que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa un humo tristísimo…
Durante muchos años y hasta poco antes de la Conquista, las doncellas muertas por amores desdichados eran sepultadas en las faldas del Iztaccíhuatl.
En cuanto al cobarde tlaxcalteca que por celos mintió a Iztaccíhuatl sobre la muerte de 

Popocatépetl, desencadenando esta tragedia, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra, también se convirtió en una montaña, el Pico de Orizaba y se cubrió de nieve. Le pusieron por nombre Citlaltépetl, o "Cerro de la estrella" y desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca, jamás podrá separar.

Como dato curioso, en la Colonia se contaba que en una ocasión el Popocatépetl perdió el sombrero de charro que cubría su cabeza, es decir, su cráter, porque quería meterse con Doña Esperanza Malinche, de Tlaxcala y Puebla, y el Pico de Orizaba, el esposo de ésta, le tiró una gran pedrada. Otra versión dice que lo hizo la propia Malinche, por haberla dejado plantada, ya que él siempre ha sido fiel a su difunta amada Iztaccíhuatl.

El Citlatépetl tiene 5,747 metros de altura, el Popocatépetl 5,452, el Iztaccíhuatl 5,286 y La Malinche 4,461. Son los cuatro volcanes más altos y espectaculares de México.

Mitología acerca del volcán

El volcán, durante el tiempo prehispánico, era una deidad azteca dedicándose un culto exclusivo a la entidad. Hoy día el culto sobrevive en forma minoritaria o simbólica; los guardianes del volcán son llamados temperos del volcán Popocatépetl, quienes se refieren a él como don Goyo o Serafín, personificándolo en un indígena.

Los temperos celebran ritos en los santuarios consagrados a Popocatépetl, aquellos que se encuentran ubicados en las cañadas y zonas boscosas de las faldas del volcán, para solicitar la bendición de la lluvia así como la protección del dios frente al granizo para sus cosechas.

Leyenda ecológica contemporánea

Actualmente los indígenas temperos del volcán Popocatépetl sostienen que el volcán está harto de la explotación de la que él y la naturaleza son objeto por parte del ser humano occidental. 

Así, algunas mujeres chamanes son capaces de entrar en trance y ser poseídas por el espíritu de don Goyo, que entonces a través de ellas manifiesta en palabras su enojo con los humanos y les advierte que de continuar la explotación, él hará erupción destruyendo los asentamientos urbanos cercanos.

Durante muchos años y poco antes de la conquista de México, las doncellas muertas en amores desdichados, eran sepultadas en las faldas de Iztacihuatl o Xochiquetzal, la mujer que murió de pena de amor, y que hoy yace convertida en montaña, pero siempre bajo la amorosa y tierna mirada de su Popocatèpetl







Idilio de los volcanes

El Iztlaccíhuatl traza la figura yacente
de una mujer dormida bajo el Sol.

El Popocatépetl flamea en los siglos
como una apocalíptica visión;
y estos dos volcanes solemnes
tienen una historia de amor,
digna de ser contada en las complicaciones
de una extraordinaria canción.

Iztaccíhuatl -hace ya miles de años-
fué la princesa más parecida a una flor,
que en la tribu de los viejos caciques
del más gentil capitán se enamoró.

El padre augustamente abrió los labios
y díjole al capitán seductor
que si tornaba un día con la cabeza
del cacique enemigo clavada en su lanzón,
encontraría preparados, a un tiempo mismo,
el festín de su triumfo y el lecho de su amor.

Y Popocatépetl fuése a la guerra
con esta esperanza en el corazón:
domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
el motín de los riscos contra su paso vencedor,
la osadía despeñada de los torrentes,
la acechanza de los pantanos en traición;
y contra cientos de cientos de soldados,
por años de años gallardamente combatió.

Al fin tornó a la tribu, y la cabeza
del cacique enemigo sangraba en su lanzón.

Halló el festín del triunfo preparado,
pero no así el lecho de su amor;
en vez del lecho encontró el túmulo
en que su novia, dormida bajo el Sol,
esperaba en su frente el beso póstumo
de la boca que nunca en vida la besó.

Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
el haz de flechas; y, en una sola voz,
conjuró la sombra de sus antepasados
contra las crueldades de su impasible Dios.

Era la vida suya, muy suya,
porque contra la muerte la ganó:
tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
pero no tenía el amor...

Entonces hizo que veinte mil esclavos
alzaran un gran túmulo ante el sol;
amontonó diez cumbres
en una escalinata como alucinación;
tomó en sus brazos a la mujer amada,
y él mismo sobre el túmulo la colocó;
luego, encendió una antorcha, y, para siempre,
quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.

Duerme en paz, Iztaccíhuatl nunca los tiempos
borrarán los perfiles de tu casta expresión.

Vela en paz, Popocatépetl: nunca los huracanes
apagarán tu antorcha, eterna como el amor...

José Santos Chocano








Iztaccíhuatl Desnuda, entre la nieve de la cumbre, que salpica tu cuerpo de alabastros, provocas la lujuria de los astros que iluminan tu eterna reciedumbre. Entre Idilio de nubes y montañas, entre los riscos de la cumbre enhiesta ocultan tu hermosura deshonesta el loco palpitar de tus entrañas. Y duermes toda blanca, toda inerte, desafiando los siglos y la altura y encajas en el cielo tu figura como un símbolo eterno:..¡el de la muerte! .
Popocatépetl Si, guerrero inmortal, ahí la tienes, blanca e inmóvil como el propio hielo en vano es la tortura de tus sienes pidiendo a dios que la despierte el cielo. Inútil tu llamar, no está dormida pues ni al conjuro de tu amor despierta. Sigue agachado como bestia herida y bebe la nostalgia de tu muerta. No escucharon los ámbitos tu ruego ni dios quiso escuchar tu ronco grito. Seguirás con tus lágrimas de fuego regando de dolor el infinito. Ing. José Pérez Landín

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